lunes, 15 de noviembre de 2010

Drama de un narrador en Bolonia sobre el Mar.

Un día después de haber leído las bases del concurso se me ocurrió hacer un cuento que jugase un poco: algún personaje histórico sería movido a otra época histórica. Una especie de ucronía. La ficción permite la creación de universos nuevos; darme el lujo de no aprovechar tal capacidad sería una falta de respeto literaria.
La idea básicamente era situar a Merceditas en otro lugar y tiempo. Las famosas máximas escritas por su padre, el Padre de la Patria, permitirían un entramado particular, pero nunca aparecerían más que en un implícito. Por demás, San Martín tampoco estaría presente y su hija probablemente fuese suya biológicamente, pero no lo conocería y viviría con padres adoptivos.
La idea me apasionó aquella noche y escribí, escribí, escribí:

Máximas para mi hija”

1. Despertó esa mañana agobiaba por el calor y revoleando varios manotazos al aire. El verano había llegado acompañado por una molesta plaga de mosquitos y, un ejemplar de imponente tamaño y dueño de un zumbeo muy particular, había entrado por la ventana, logrando convertirla en una “flit” a palmas, furiosa.

2. - ¿Dónde estuviste anoche?- le preguntó su madre esa mañana cuando bajó, pretendiendo desayunar, ya cerca del mediodía.
- Por ahí, ma. Con Gustavo -
En realidad, había estado toda la noche con Mariano, un tipo bastante diferente al novio que Malena les describía a sus padres: no era ni estudiante de medicina, ni sus padres eran abogados; lejos de eso, era repartidor de pizza, militante de un partido de izquierda, y un ex estudiante de Letras, superado por las dicotomías saussureanas apenas comenzada la carrera.
Mentirle a su madre ya no le causaba daño alguno, las contiunas insistencias para que “se consiguiera un novio como la gente”, no habían conseguido otra cosa más que la mentira fuera constante, una amiga más.

3. - ¿Y qué estuvieron haciendo?-
- Nada ma, dejate de joder.

4. - ¿Seguro saliste con Gustavo? No habrás estado saliendo con el pendejo pobretón ese de nuevo, ¿no?

5/10. Una noche de locura con Mariano, nos metimos en el departamento de su vecino. No teníamos donde coger y estaba(mos) con ganas. Después de habernos fumado dos porros de marihuana, el dijo “ya fue” y derribó la puerta a patadas. Garchamos como nunca, en la mesa de ese comedor desconocido y en un sillón finísimo que allí había. En la locura rompimos, a las patadas, una mesita ratona de vidrio, pero qué importaba.

6. No siempre su relación había sido así. Desde muy chiquita, recordaba que entre ellas habían tenido una especie de trato secreto, que había dejado de serlo una tarde de agosto del ochenta y siete.
- Papá, ¿vos sabés porque yo tengo el pelo tan negro? ¡Si vos y mamá son rubios rubios!- le preguntó en un tono alegre, inocente- Mamá me dijo que cuando sea más grande me iba a contar, pero no quiero esperar, ¿vos sabés?
Aquella noche, sus padres discutieron mucho y lo único que su madre le dijo mientras la tapaba fue un “era un trato entre nosotras dos” decepcionado y lloroso.
El ya no secreto, sumado a la reacción de mi padre, hizo que pensara, desde joven, que yo era adoptada y que mis viejos no querían que lo supiera. Pero no fue hasta los diecisiete, ya con la certeza de que no era biológicamente hija de mis padre, que solté un “Che ma, ¿quienes fueron mis viejos?” como al pasar.
- ¿Qué decís nena? ¡Nosotros somos tus papás!- nerviosa contestó ella, yéndose apurada y repentinamente.

7/8/9. Era criterio necesario ser católico practicante para poder competir por el puesto. Por este motivo para conseguir el trabajo en la casa de los Berthier, había tenido que ocultar, imperiosamente, mi agnosticismo.
Más allá de no que yo no creyese, ninguna persona, por más devota, hubiese confiado a Dios el hecho de que, de la noche a la mañana, una niña fuera adoptada sorpresivamente por la familia.
Por entonces, una vieja como yo, necesitada del empleo, no podía andar preguntando demasiado a sus patrones. Más el tiempo quiso que pudiera: unos cuantos años después, esa misma niñita fue la que preguntó si conocía algún dato acerca de su nacimiento. Al principio no quise decirle nada, por miedo; pero un par de semanas después del fallecimiento de su padre, le comenté lo que sabía: que había llegado de la nada, sin embarazo alguno, y que el patrón la había traído para sorpresa de su mujer, pues nunca los había escuchado antes hablar de la idea de adoptar.
Para mi sorpresa, ella parecía saber que no era hija de ellos (no era muy dificil pensarlo: no se parecían, en absoluto) y no mostró señal de sorpresa ni de tristeza alguna durante mi relato del mínimo y único dato que sabía acerca de su metafórica concepción.

No necesitaba decirle nada a nadie. Tenía en claro qué hacer, cómo hacerlo y que debía ser en ese preciso momento.
Voy sin vueltas, mirá ando dudando, blablabla- Aguja – sangre – análisis – listo. Chau duda y al carajo”

11. La tarde de los resultados se baño tranquila, conciente de que lo que la esperaba no sería un momento más en su vida. Sabría finalmente quienes eran sus padres. Se cambió. Se volvió a cambiar: “qué tanta paquetería, mirá si mis viejos eran gente pobre y yo tan cholula.”

12. …

Es claro que, en algún momento de aquella noche, la motivación cesó. Las ganas, la idea, no me llenaron. Quise jugar con lo mismo desde otros ángulos, intenté un texto exclusivamente en subjuntivo; con un diálogo; una especie de conversación escrita inmediata; un diario escrito por Mercerditas. Intenté varias cosas. Perdí el juicio en mi ludocracia, abandonándolo todo. Finalmente algo me rescató, un Cabral literario quizás. Esa especie de odradek disfrazado de morocho granadero salvador me dijo: “Algunos no lo van a entender, pero presentalo tal cual está y dejate de hinchar, que se joda el que no sepa leer más allá de este texto.”.

Me hablaron los del concurso: destacaron mi escritura comprometida, les gustó que la chica, hija de desaparecidos, se hubiese decidido a buscar sus raíces; les gustó la multiplicidad de voces en el relato, y también el estilo escupido, seco y sin privaciones lingüísticas. Se me premió pese a que no entendieron el porqué de los numeros. No entendieron nada.
La idea no era esa. No era así la cosa. Sin aquellos números lo histórico del cuento quedó limitado a una simple lectura de un caso de duda de identidad, pero aquella es la verdadera Merceditas... una chica a la que privaron de leer las máximas escritas por su padre y que está a punto de llegar a conocer los Remedios que le sepan aliviar la acidez identitaria que todavía la aqueja.

2 comentarios:

  1. buenisimo!un delirio genial! posta,no entendieron naaaada!...una lastima.Te felicito Lu!

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  2. La ignorancia literaria me podrá,o mi poco sentido de lo subjetivo en esta ocasión, pero creo no haber comprendido el verdadero significado de los números y el sentido de la historieta..

    PD: Vuelvo a estar y a actualizar por aquí despues de unas semanas ausente!. Que vaya bien.

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