sábado, 30 de octubre de 2010

Darse vuelta y mirar

Di media vuelta y empecé a recorrer ese pasillo hacia el hall de entrada que tantas veces había recorrido. Caminé lentamente: primero moví el pie izquierdo, luego el derecho y un impulso intentó dominar mi cuello: necesitaba girar, dar vuelta y mirarla. Pero por primera vez en mi vida, el orgullo me ganó y seguí derecho, con el tronco tieso, sabiendo que ningún “¡Luciano!” ni ningún “¡Esperá!” iban a sonar. Volví a mover el pie izquierdo. Di unos cuantos pasos más y llegué al hall de entrada. Pagué la cuenta. Salí.

Pese a haber podido aguantar las ganas de mirar atrás, no pude evitar llorar: lo hice desde que di esa media vuelta, al recorrer el pasillo y salir del hotel, hasta subir al taxi. Durante el viaje al departamento, cerré los ojos y escuché, sin prestarle demasiada atención, una música que no conocía. Bajé del taxi. Volví a llorar. Lloré subiendo las escaleras, al abrir la puerta, y al sentir nuevamente el impulso de darme vuelta. “Como si fuera a aparecer ahora...” me dije.

Llorando y a oscuras, me dirigí a mi habitación: era fácil, no hacía un mes que había comprado el departamento y todavía no había un sólo mueble. Hasta ese momento, había estado viviendo en el hotel que hacía dos cuartos de hora había abandonado. Pero ahora poco importaba el hotel, la fuente, las escaleras y el hall de entrada. Mucho importaba ella. Llorando me fui a la pieza donde apenas había un colchón a estrenar, aún envuelto con un nylon grueso. Llorando me desvestí y acosté. Con el jean que me acababa de sacar, me tape la cara, cerré los ojos y, todavía llorando, intenté dormirme y soñar.

Y allí la veo. En esa fuente que simula naturalidad, está besándose con alguien, con otro, con otro alguien. Pero, en seguida, ese beso se disipa y ella baja.

En las escaleras camino a la fuente, la observo, me acerco y le digo que la vi besándose con otro, con alguien, con otro alguien. Ella me dice que sí, que estaba besándose con otro alguien, con alguien, con otro; y que no podía hacer nada. Mientras me dice esto, sus ojos me lo afirman: no se arrepiente y poco le importa lo que yo diga. “¿Y qué querés que haga Luciano?” me pregunta. “Nada” le digo. “Ya está” me digo. Doy media vuelta y comienzo a bajar las escaleras que van hacia el pasillo camino al hall de entrada.


Luciano se despierta y apaga el despertador. No se levanta, gira sobre sí mismo e intenta seguir durmiendo. “Dale amor” le digo: en unos días es su primer entrevista con quien, esperemos, sea su futuro agente. Tiene que trabajar. Tiene que escribir algo. “Lu, dale que se hace tarde”.


Mientras vuelve a darse vuelta, voy a la cocina a preparar un desayuno animoso para ambos: selva negra de anoche, café y jugo de naranjas. “Si con esto no se levanta...” pienso. Vuelvo a la habitación y él sigue durmiendo, ronca. Me río. Debe de haber querido taparse y, en el intento, lo hizo con un jean que le había dejado estirado en la cama. Me siento en la mesita de luz, a su lado, y le acarició la mejilla, que descubro húmeda.


Al despertarme allí estaba, toda la habitación vacía y ella sentada en el piso, a mi lado. Me acarició la mejilla, todavía húmeda y me alcanzó un mate muy caliente y amarguísimo, ideal para terminar de despertarme. Su casa mostraba un gesto vacío, pero estaba, me hablaba, me convidaba verdes. Algo debía haber pasado.

“Ya está todo arreglado” escuché que me dijo. Lo mató. “Nadie se va a interponer entre vos y nosotros; cuando no te sirva para tu bien, para que tu sueño se cumpla, yo me voy a encargar de destruirlo. Sabé que lo que haya pasado, mucho bien te va a hacer a la hora de tu entrevista.”


-Amor, ¿qué pasó?- le pregunto, mientras le hago un mimo y le saco el pantalón de la cara.

-Hola bebé – me dice todavía dormido – Gracias, hoy va a ser un gran día. - se le alumbra la cara y se sienta en la cama de golpe.

-Eh... de nada – le contesto irónica, sin entender de qué me está hablando.

-Tengo una idea nueva para mostrarle a Marcos, le va a gustar, vas a ver. A vos también – me dice aceleradísimo - ¿me traés la computadora por favor? Vas a ver que le va a gustar. ¿Te acordás de la fuente interna, del hotel donde te conocí? ¿De las escaleras?- me grita desde la pieza, mientras me llevo el jugo de naranjas y busco el maletín con su notebook.

-¡Cómo no me voy a acordar!-

Le doy un beso y cruzo el pasillo dándome vuelta para verlo tipear sonriente. Es algo que saqué de él, tan pavote y tierno de a ratos: desde que lo conocí, cada vez que nos separamos, se da vuelta para mirarme todas las veces que pueda, mientras que la vista le permita verme a medida que se va alejando.


No hay comentarios:

Publicar un comentario