martes, 9 de abril de 2013

Calma


-¡La puta madre!- gritaste y te dirigiste en búsqueda de la escoba, la palita de plástico y un trapo de piso para limpiar el suelo.
      Se te había caído la taza de porcelana, el té que estaba dentro, y con ello, las ganas de tomar la infusión: las ganas de todo.
        Después de darte cuenta de que no tenías intenciones de limpiar en ese preciso instante, te sentaste en la silla más cercana y te pusiste a mirar sin mirar el hermoso líquido adornado con pedacitos de lo que había sido tu taza favorita. Así estuviste varios minutos mientras, sin darte cuenta, te habías prendido un cigarrillo de los que se encienden expresamente para quitar tensiones. Sin pensar, pitabas largamente y, también de manera automática, el humo salía, pitada tras pitada, cada vez menos apurado por la intranquilidad. Estaba funcionando, querías creer. Creyéndote, estabas equivocada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario