jueves, 17 de febrero de 2011

Juego hermético III o un almuerzo en el Mc Donald's sucursal La Mancha.

Si más allá de aquella puerta hubiesen sólo conejos vomitados sería un garrón. Sería también un bajón, despertarte y ser un bicho horrible y verte las entrañas; o ser muy paisano y ver una representación de algún texto conocido y confundirlo con algo que de verdad pasó.
Ni te cuento lo bajonero que podría llegar a ser volverse loco por leer novelas de brujería, de vampiros heterocigotas, hemofílicos y lickeadores de cuellos premordidas, y pensar que uno es Van Helsing, o Bram Stoker, o Rowling, o algún payaso de nariz roja e hinchada.
La otra vez pensaba que aunque haya sapos que digan croar en nuestra memoria, no lo hacen más allá de la última vez que nos acordamos de algo. Entonces no son más que ecos de croacs croacs, que ya no saltan más que en los charcos humeantes de lo volátil.
Y eso también es un bajón.
Sería preferible caerse del mapa: aparecer depositado en el sótano de algún colegio y que el latido de algún corazón imaginario nos delate el hambre que tienen las hormigas carnívoras de las junglas en Myanmar.
Vería con ojos mucho más brillosos de alegría, vestirme de rosa, aparecer en el Ceasar's Palace y pelear con dos sirenas (de esas de antes, las de alas) a doce rounds. Vencerlas por puntos en decisión dividida y que, de premio, me den una cena con Alonso Quijano en Mc Donald's. Un combo tres para él, uno igual para mí, pero agrandámelo guachín.
Eso sí, sería un placer.

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