Escribo porque al viento, le gusta
soplarme los pelos,
invadirme los ojos
cuando camino por San Martín en
invierno.
Escribo porque el verano se aleja, me
pongo menos gil
dejo de estudiar, me pongo a leer
y charlo con
Oliverio
o con quien se le ocurra aparecerse
entre mis manos.
Escribo porque al tiempo le gusta que
me siente a jugar con él
y que lo cuente:
nuestras aventuras imaginarias en
Madrid y en Bratislava;
que comente acerca de nuestros juegos
en la plaza de Don Pepe;
o sobre los partidos entre Nubes y
Tenedores;
que saque a relucir nuestras partidas
interminables de casita robada
apostando moneditas de un centavo, más
cobrizas que el cobre.
Lo hago porque la mente envuelve un
coso
un cosito chiquitito, que se en vuelve
nuevamente
y se enreda y desenreda y no queda otra
que escribir
porque escribir es atar y desatar,
anudar y traspapelar,
sellar, escupir, vomitar...
Escribo porque, escribiendo, nunca espero hasta la noche para tener que soñar nada.
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