No siempre me tuve miedo a mí mismo. No siempre fui un ser tan escalofriante. Sin embargo, últimamente, pareciera que he estado mutando y que los resultados de esta transformación están coartando mi libertad de movimiento oral: me hace temblar, tartamudear e incluso colapsar en ataques de tos.
Ahora mismo, llevo un corte de pelo cuya sombra me da miedo. Se asemeja, en demasía, a los ronquidos de mi abuela. Tan sólo con verla, los recuerdo y vuelvo a percibir sus aromas y evocar sus horrendos colores.
Al caminar, el sonido de mis pasos estalla como fuegos artificiales en año nuevo y me estremezco. Sufro. Solo.
También en algunos momentos encuentro mi respiración demasiado flúor para mi gusto. Siento que todos me ven exhalar en la oscuridad y me avergüenza.
Pero lo que más me aterra es el momento en que decido mirarme al espejo para descubrirme, en el reflejo, exactamente igual que siempre.
martes, 12 de marzo de 2013
lunes, 11 de marzo de 2013
Por qué
Escribo porque al viento, le gusta
soplarme los pelos,
invadirme los ojos
cuando camino por San Martín en
invierno.
Escribo porque el verano se aleja, me
pongo menos gil
dejo de estudiar, me pongo a leer
y charlo con
Oliverio
o con quien se le ocurra aparecerse
entre mis manos.
Escribo porque al tiempo le gusta que
me siente a jugar con él
y que lo cuente:
nuestras aventuras imaginarias en
Madrid y en Bratislava;
que comente acerca de nuestros juegos
en la plaza de Don Pepe;
o sobre los partidos entre Nubes y
Tenedores;
que saque a relucir nuestras partidas
interminables de casita robada
apostando moneditas de un centavo, más
cobrizas que el cobre.
Lo hago porque la mente envuelve un
coso
un cosito chiquitito, que se en vuelve
nuevamente
y se enreda y desenreda y no queda otra
que escribir
porque escribir es atar y desatar,
anudar y traspapelar,
sellar, escupir, vomitar...
Escribo porque, escribiendo, nunca espero hasta la noche para tener que soñar nada.
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